Julieta Foster nunca soñó que en las calles solitarias de ese pueblo iba a encontrar el poder de la magia y el del amor. Tampoco pudo imaginar que el peligro estaba acechando.
Abrió la puerta de su casa y se metió en un mundo desconocido.
Cumplió veintitantos años de edad y descubrió repentinamente, que todo lo que había aceptado como «la realidad», no era más que una fachada detrás de la que se escondía la vida verdadera.
Hasta esa costumbre repetitiva de las olas y el aroma inconfundible del bosque habían cambiado.
Quiizás no pudo advertirlo, quizás su destino estaba escrito.
